Cap. 24 ¿Estás demente?
Un coche discreto se detuvo frente a la mansión. De él bajó Dayana. No era la mujer desaliñada de ayer. Iba impecablemente vestida con un traje pantalón de corte perfecto, su cabello recogido en un moño severo, y en sus ojos había un brillo frío, calculador y peligrosamente divertido.
Llevaba una carpeta de cuero delgada. No era la esposa suplicante; era una ejecutiva llegando a una reunión hostil de adquisiciones.
El mayordomo, confundido, la condujo al salón donde Bárbara aguardaba como una araña en el centro de su tela. Dulce estaba sentada en un sofá, pálida, con las manos protegiendo su vientre. El ataque de prensa de Elsa ya había hecho efecto: las gemelas no estaban por ninguna parte, probablemente escondidas, lamiéndose las heridas sociales.
—Ah, Dayana —dijo Bárbara, con una sonrisa de triunfo condescendiente.
—Veo que has venido a tus sentidos. Es lo mejor para todos, ¿sabes? A veces hay que saber cuándo retirarse con… dignidad.
Dayana no respondió. Caminó con lentitud haci