Nada te prepara para escuchar a tu hijo llorar con dolor. Ese tipo de llanto agudo, quebrado, que no parece humano, sino algo salvaje, salido desde lo más profundo de su pequeño cuerpo.
Eran las tres de la mañana. La casa estaba envuelta en sombras, el silencio solo roto por el sonido urgente del llanto que no cesaba. Me lancé de la cama como si alguien me hubiera jalado de los pies. Santiago ya estaba en la cuna cuando llegué, su rostro pálido a la luz azulada del monitor del bebé.
—Está ardiendo en fiebre —dijo, sin ocultar el temblor en su voz.
Mis manos buscaron su frente y el calor abrasador me arrancó el aliento. Una punzada de miedo me atravesó el pecho como u