Volver fue más difícil de lo que imaginé.
La puerta de vidrio de mi oficina seguía teniendo mi nombre en letras plateadas, pero al cruzarla por primera vez después de tantos meses, me sentí como una impostora. Como si el espacio me quedara grande ahora. Como si el eco de mis tacones sobre el mármol pulido estuviera reclamando una versión anterior de mí misma, una que ya no existía.
Respiré hondo, apretando los dedos alrededor del asa de mi bolso como si me anclara a algo. No era la misma Sofía que se fue. Ahora era madre. Ahora tenía otras prioridades. Otro ritmo. Otra forma de mirar el mundo.
Pero seguía siendo yo.