Las primeras veces son invisibles hasta que se convierten en recuerdos imborrables.
No hubo trompetas ni fuegos artificiales. Solo una sonrisa. Pequeña, apenas una curvatura tímida en los labios de mi hijo que iluminó la habitación como si el sol hubiera decidido salir dentro de casa. Fue tan fugaz que pensé que lo había imaginado… hasta que volvió a hacerlo. Esta vez, con los ojitos entrecerrados y esa chispa de reconocimiento que me dejó sin aliento.
—Santiago —susurré, conteniendo el grito de emoción mientras lo cargaba en brazos—. ¡Sonrió! ¡Nos sonrió!
Él entró corriendo al cuarto con el cabello aún h&ua