Italia tenía un ritmo diferente.
Era un país de contrastes.
La vida aquí transcurría entre el caos de las calles adoquinadas y la calma de las terrazas con vistas al mar. Entre el bullicio de los mercados y el silencio de los callejones iluminados por faroles antiguos.
Y en medio de todo eso, estábamos nosotros.
Después de todo lo que habíamos vivido, después de cada sombra que había intentado separarnos, finalmente éramos solo Sofía y Santiago.
Solo esposos.
Solo dos personas descubriéndose sin la amenaza de la muerte persiguiéndonos a cada paso.
O al menos, eso que