El avión aterrizó con suavidad en la pista, pero dentro de mí todo se sentía como una turbulencia interminable.
Después de semanas en Italia, volver a la ciudad era como despertar de un sueño demasiado hermoso, demasiado efímero.
El viaje había sido una burbuja de calma, un respiro después de años de correr, de luchar, de sobrevivir.
Pero la realidad siempre encuentra la manera de alcanzarnos.
Santiago estaba sentado a mi lado, con la mirada fija en su teléfono, sus dedos deslizándose por la pantalla con la eficiencia de alguien que ya había vuelto a su mundo de responsabilidades y estrategias.
Suspiré, apoyando la cabeza contra el respaldo d
La tensión en el aire era espesa, casi sofocante.Santiago y yo nunca habíamos sido de los que evitaban el conflicto. Nos habíamos conocido en medio de discusiones acaloradas, en un juego de poder y desafío constante.Pero esto era diferente.Esto no era una pelea más de nuestro interminable tira y afloja.Esta vez, lo que estaba en juego no era solo una decisión empresarial.Era nuestro futuro.Nuestra vida.—¿Por qué sientes que tengo que seguirte en cada cosa que decides?Mi voz sonó más cortante de lo que pretendía, pero no me
El silencio se había convertido en un tercer miembro en nuestra casa. Se movía con nosotros de habitación en habitación, instalándose entre cada conversación a medias, cada roce esquivo, cada mirada que evitábamos sostener por demasiado tiempo.Santiago y yo hablábamos de cosas prácticas: de los pagos, de la agenda de la empresa, de cenas con posibles inversionistas. Pero lo que realmente importaba, lo que estaba creciendo entre nosotros como una grieta peligrosa, no se mencionaba. No hablábamos de Londres. No hablábamos del proyecto de diseño internacional en el que yo me había inscrito sin decírselo. No hablábamos de cómo, después de casarnos, parecíamos más distantes que nunca.Éramos dos personas compartiendo una cama, una casa, una historia… pero no un presente. No ahora.Yo me levantaba antes que él. Desayunaba sola. Me refugiaba en mis diseños, en mi computadora, en los mails con el comité del proyecto. Él salía temprano a la oficina y regresaba tarde. La única señal de que aún
El reloj marcaba las siete y cuarto cuando escuché la puerta cerrarse. Supe, incluso antes de girarme, que era Santiago. Su andar era inconfundible. Preciso. Seguro. Un eco grave en la madera del suelo que siempre me había resultado reconfortante. Hasta ahora.Mi respiración se volvió más superficial mientras dejaba a un lado mi taza de té —una bebida que llevaba horas ignorando mientras ensayaba mentalmente cada palabra, cada giro posible de la conversación que llevaba semanas posponiendo.Tenía que decirle.Tenía que hacerlo ahora, antes de que esta distancia entre nosotros se hiciera tan grande que ya no pudiera salvarse con un simple “lo siento”.
Los días sin Santiago fueron un castigo que ni siquiera supe que merecía.Al principio, fue el silencio. Ese silencio espeso, cruel, como un muro entre el mundo y yo. Luego vinieron las preguntas, las dudas, las voces en mi cabeza. Las noches sin dormir, con la almohada empapada de pensamientos que no quería tener. Y finalmente, el vacío. Un hueco en el pecho donde antes habitaba su risa, su calor, su presencia.No respondía mis mensajes.No llamó.No regresó.Solo el eco de sus pasos alejándose, repitiéndose cada noche como un latido ajeno.Y yo… me perdí.Intenté seguir mi rutina. Trabajar. Respirar. Fingir que la ciudad seguía siendo mía, cuando sin él todo me parecía ajeno. Ni siquiera el proyecto que antes me había llenado de ilusión lograba quitarme el nudo en el estómago.Laura vino al departamento tres veces.La primera para traerme café. La segunda para arrastrarme fuera del sofá y obligarme a caminar. La tercera… para decirme que lo había visto.—Está en casa de Raúl —dijo si
Despertar a su lado después de haberlo sentido tan lejos era como volver a nacer. Su respiración tranquila rozaba mi cuello, y su brazo me envolvía con firmeza, como si temiera que al soltarme, todo lo que habíamos reconstruido en las últimas horas se desvaneciera de nuevo.La mañana nos encontró entre sábanas revueltas y palabras murmuradas entre besos lentos. No hablábamos de Londres, ni del proyecto, ni de lo que vendría. Solo estábamos ahí, presentes. Viviéndonos.Pero la realidad, como siempre, tenía la costumbre de tocar a la puerta sin pedir permiso.—Tenemos que decidir qué vamos a hacer —susurré contra su pecho, cuan
La maleta azul —la que tenía una rueda floja desde hacía años pero me negaba a cambiar— fue la última en cerrarse. El sonido del cierre corriendo por los bordes me dio una sensación extraña, como si con él también se cerrara un capítulo de mi vida.Me detuve en medio del departamento. Todo estaba en cajas. Las estanterías vacías. Las paredes desnudas. El aire olía distinto… como si ya no fuéramos parte de ese lugar, como si nuestros recuerdos se hubieran retirado discretamente, dejando solo el eco de lo que habíamos sido aquí.Santiago apareció en el umbral con una taza de café humeante entre las manos. Iba descalzo, en jeans y una camiseta blanca que se pegaba a su torso por la humedad de la ciudad. Su cabello alborotado me hizo sonreír.—¿Lista? —preguntó, ofreciéndome la taza.Tomé el café sin dejar de mirarlo. Ese hombre, al que una vez odié sin conocer. Ese que me desafió desde el primer día, que rompió todas mis barreras y también me obligó a reconstruirme. Ese al que amaba con u
El nuevo departamento tenía ese olor a limpio, a paredes recién pintadas y madera virgen que aún no había aprendido a resonar con nuestras pisadas. Cada rincón estaba ordenado, luminoso, minimalista… pero esperaba algo más. Algo de nosotros. Nuestra energía, nuestros silencios, nuestras carcajadas que aún no se habían posado sobre los muebles.Aún no era un hogar. Pero lo sería.Caminé descalza por el piso brillante del salón principal mientras Santiago desempacaba en la cocina, como si ya supiera dónde iba cada cosa. Su ritmo era metódico, eficiente, pero no apurado. Esta vez, no estábamos corriendo. Esta vez, no había amenazas, enemigos ocultos, pasados perseguiéndonos.Estábamos aquí porque lo elegimos.La luz del atardecer caía dorada sobre la mesa del comedor. Las cajas con mis cosas de diseño seguían apiladas en la esquina, esperando ser acomodadas. El proyecto internacional seguía en marcha, y yo trabajaría desde casa durante el primer mes antes de viajar a la sede central. Sant
Seis meses pueden pasar como un suspiro… o como un torbellino que arrastra todo a su paso. En nuestro caso, fue lo segundo.Desde que Santiago y yo nos mudamos, nuestras vidas parecían haber entrado en una especie de vorágine constante, donde los días se medían por juntas, entregas, conferencias, vuelos y cenas con clientes. Todo se había acelerado. Incluso los silencios.Yo vivía con un calendario en la mano. Entre sesiones creativas, correcciones de última hora, presentaciones para marcas globales y entrevistas con revistas de diseño, había llegado a convertirme en una de las diseñadoras más solicitadas del circuito creativo europeo. Mi nombre aparecía en catálogos, artículos, incluso en exposiciones de