El silencio se había convertido en nuestro idioma.
Desde que dejamos la prisión, desde que la verdad sobre su familia quedó suspendida entre nosotros como un cuchillo a punto de caer, Santiago y yo no habíamos hablado más de lo necesario.
Pero eso no significaba que lo habíamos ignorado.
Sabíamos que la verdad estaba ahí, esperando, latiendo bajo la superficie como una herida que se niega a cerrar.
Y cuando la realidad finalmente nos golpeó, lo hizo con más fuerza de la que esperaba.
Santiago desapareció por dos días.
No respondió mis llamadas.
No contestó mis mensajes.
No apareció en la oficina.
Y cuando finalmente lo hizo, su expresión lo dijo todo.
Estaba más serio que nunca, su mirada oscura, su postura rígida, como si cada fibra de su cuerpo estuviera conteniéndose.
No hablamos ahí.
Nos dirigimos directamente a su departamento.
Sabíamos que lo que estaba por decir no podía ser escuchado p