Massimo hundió la nariz en su cuello, aspirando el dulce aroma que desprendía su piel y dejó un beso en esa zona que le arrancó un ligero temblor a Savannah, no de placer ni de gusto, sino de miedo.
Aunque ella era consciente de que no había más forma de pagar su deuda con él, no se sentía lista en ese momento. A esas alturas, donde todo la tenía rebasada y apenas si podía pensar con claridad y solo tenía cabeza para su hijo, jamás se sentiría lista para entregarse a un hombre por obligación y no por deseo.
Apretó los ojos con fuerza, reteniendo las lágrimas que se habían arremolinado en ellos, sintiendo que el roce de los labios de ese hombre la consumía de pies a cabeza, de una manera que le rompía el corazón en cientos de pedazos.
Con tantos días bajo la orden de él, era de esperarse que ya estuviera preparada mentalmente para lo que venía, pero lo cierto era que no lo estaba. Jamás se estaba lo suficientemente preparada para doblegarse, humillarse y rebajarse.
Ya suficiente se hab