Alejandro no se separó con rapidez, como debería ser el caso.
Sus labios la liberaron con lentitud y algo de renuencia, antes de voltearse hacia su prometida.
La imagen que encontró fue la de una mujer convertida en una furia.
Su piel pálida estaba enrojecida y su rostro completamente contorsionado por la ira.
—¡Me mentiste! ¡Me mentiste! —gritó al hombre con un dolor desgarrador que no pudo ser ocultado.
—Sí, te mentí. Selene es mi amante —admitió con simpleza, como si acabara de confesar cuál era su color favorito y no una infidelidad como esa.
El hecho de que lo aceptara tan libremente fue como una bofetada para la mujer, que dio un paso atrás, tambaleante.
Quizás había esperado una excusa o que lo siguiera negando. Cualquier cosa, menos tal descaro.
—¿Entonces esto es todo? ¿Tienes una amante? —su voz se volvió más débil con cada palabra.
—¿Qué más quieres que te diga? Lo acabas de ver tú misma.
La insensibilidad de este hombre no tenía límites.
—Alejandro… nuestra boda