—¿Por qué no respondías el teléfono? —reclamó en cuanto se acomodó en el asiento.
No pudo evitar rodar los ojos al escucharlo.
¿Era en serio?
¿Había venido hasta su casa solo por eso?
De haberlo sabido antes, le hubiera respondido en cuanto abrió los ojos esa mañana.
—¿Quizás porque estaba dormida? —ironizó.
—¿Y por qué en cuanto te despertaste esta mañana no me escribiste?
—Porque… se me olvidó —La verdad era que no había querido hacerlo. Pero ya sabía que tentar la paciencia de Alejandro era peligroso.
—No me gusta que me ignores, Selene —dijo con la voz cargada de tensión.
¡Vaya!
Puso los ojos en blanco de nuevo.
De verdad que este hombre estaba cada vez más demente.
—Tampoco me gusta esa expresión —continuó, mirándola de reojo—. Sigue haciéndolo y te dejaré las nalgas rojas luego de unos buenos azotes.
De solo escuchar las palabras “nalgas” y “azotes”, se ruborizó.
Sabía de primera mano lo potente que podían ser sus manos cuando quería castigarla.
Y no, no qu