Permaneció por varios segundos así, sin querer alzar la mirada, no solo por la vergüenza, sino también porque sentía la presencia de Alejandro en su espalda.
—¿Qué pasó? ¿No te gustó la comida? —Había un ligero matiz de preocupación en la voz del hombre.
—Creo que… algo me cayó mal. Lo mejor es que me vaya —contestó, levantándose para enjuagarse la boca y limpiarse la cara.
—No olvides que soy doctor. Dime, ¿qué sientes? —insistió en conocer la causa.
—No siento nada —trató de que su voz no se mostrara temblorosa, aunque comenzaba a sentirse muy nerviosa. ¡Maldición, esto no estaba en sus planes!—. Se me contagió la indigestión que tenía mi madre. Es todo.
—¿Y qué tipo de indigestión era esa? ¿Cuál fue el alimento que la causó?
—No lo sé —se exasperó ante su interrogatorio—. Solo necesito volver a casa y descansar.
Terminó de lavarse la cara y entonces quiso salir del pequeño baño que ya comenzaba a tornarse asfixiante debido a su penetrante mirada, pero Alejandro no se lo permitió. L