—No te conocía esa fiereza —sonrió el hombre, mirándola con ojos oscuros. Estaba hablando de un tema serio, pero él parecía haberse excitado con el fuego de su lucha.
—Quítate —le dio un empujón con rabia, dándose cuenta de que para él todo siempre giraba en torno al sexo.
—Vamos a mi departamento —propuso con esa voz ronca que demostraba que su miembro ya debería estar lo suficientemente erecto.
—No —se negó al segundo.
—Selene, por favor.
—No me toques —intentó apartarse, pero no había manera de hacerlo. El espacio era demasiado reducido.
—Estás siendo tan malcriada últimamente. Mira que me estoy portando bien.
—¿Portarte bien? ¿Es en serio?
—Selene —su voz se suavizó, como si acariciara su nombre con la lengua—, sabes perfectamente que no soy un hombre paciente. Pero mírame aquí, suplicándote por algo que me debes.
«Por favor, opera a mi madre. Haré lo que quieras», casi al instante sus propias palabras se reprodujeron en su mente.
—Vayamos a tu departamento —accedió, mirando al fr