Caterine entró a la oficina del juzgado y una ráfaga de sonidos familiares la envolvió al instante. El eco de pasos apresurados, el murmullo constante de voces cruzadas y el golpeteo de teclas desde los escritorios le dieron la bienvenida. No había estado allí en casi tres semanas, pero nada parecía haber cambiado. En medio de aquel ambiente tan familiar, una punzada de añoranza le recorrió el pecho. Había comenzado su licencia por maternidad casi un mes atrás y extrañaba su trabajo, aunque no podía negar que también le gustaba estar en casa, disfrutando los últimos momentos de su embarazo.Cuando Corleone le había sugerido que se tomara la licencia, casi había discutido con él. Le gustaba estar allí, sentirse útil. Sin embargo, había sido evidente para ella que no podía continuar y no iba a arriesgarse a que algo le sucediera a su bebé. Sus pies la mataban si permanecía mucho tiempo de pie, necesitaba mantenerse hidratada y su columna protestaba con cada movimiento.—¡Mírate, estás
Corleone se acercó a la cuna con pasos lentos y suaves, su atención dividida entre no tropezar con nada y no dejar caer a su pequeña hija. Nunca se había sentido más atemorizado que cuando pusieron a su bebé en sus brazos y aun no había superado su miedo. Jamás había sostenido algo tan pequeño… ni tan importante. Llevaba en sus brazos a uno de sus tesoros más preciados, y sentía que, si no era lo suficientemente cuidadoso, podría lastimarla.Al llegar junto a la cuna, se inclinó con delicadeza para depositar a su hija. Sin embargo, apenas sintió el cambio, la pequeña hizo una mueca y se movió un poco. Corleone se enderezó al instante y comenzó a mecerla con suavidad.Una risita suave interrumpió el silencio, y él miró por encima del hombro.—Ya puedo imaginar cómo será esto —dijo Caterine, con una sonrisa divertida—. Tiene menos de un día de nacida y ya sabe cómo manejarte.Él ni siquiera intentó negarlo, no tenía sentido cuando su prometida estaba en lo cierto. Volvió a intentar colo
Caterine giró la perilla de la puerta y estuvo a punto de soltar una maldición cuando esta no cedió. Refunfuñando por lo bajo, dio un par de golpes suaves. En cuanto, Corleone abrió la puerta entró en la habitación sin perder el tiempo, obligándolo a retroceder con el rostro llenó de confusión.—Cúbrete los ojos —ordenó al ver cómo él la recorría con la mirada de pies a cabeza, sin la más mínima intención de disimularlo—. Es de mala suerte ver a la novia antes de la boda.Aun si hubiera querido obedecer, no habría sido capaz. No podía apartar los ojos de ella. Su —muy pronto— esposa estaba hermosa... No, hermosa era decir poco. Caterine se veía deslumbrante. Nunca le pareció más apropiado el apodo que le había dado que en ese instante. Campanita. Con su vestido blanco y vaporoso y un aura brillante rodeándola, Caterine parecía provenir de un mundo mágico.Le tomó un rato recordar cómo hablar.—Amor, no debiste irrumpir irrumpir en la habitación si no quería que te viera con tu vestido
Corleone casi sufrió un ataque al corazón cuando entró en su oficina y vio a su hija trepada sobre el espaldar del sofá de espaldas a él, haciendo malabares para mantenerse de pie. Tenía un parche en el ojo y una espada de plástico en la mano. En el suelo, el perro y amigo fiel de su hija, ladraba y brincaba.—¡Estamos por llegar a tierra! —gritó su hija.Hace unos minutos habían estado en la sala jugando juntos y entonces se había distraído un minuto, solo un minuto, suficiente para que su hija desapareciera. Su hija le daba un nuevo sentido a estar alerta. Sin importar cuan atento a ella estuviera, la pequeña traviesa siempre lograba escabullirse.Estaba bastante seguro de que algunas canas prematuras habían comenzado a asomar en su cabeza gracias a las travesuras de su hija.—Mia —llamó, su voz grave y severa.Su hija se dio la vuelta, mirándolo con aquellos ojos tan parecidos a los de su madre. En todo lo demás era una copia exacta de él.—Fue su idea —dijo la pequeña, señalando al
SinopsisGreta ha crecido entre lujos. Disfruta de vestidos de diseñador y escapadas repentinas a cualquier playa del mundo. Pero también es una mujer determinada, que ha aprendido el valor del esfuerzo y está decidida a demostrar que es mucho más que una cara bonita. No tiene tiempo para romances, no ahora que por fin está alcanzando las metas que un día parecían imposibles y ganándose el respeto de quienes antes la subestimaban.Sin embargo, ¿qué daño podría hacer un poco de coqueteo inofensivo con el primo de su amiga? Conoce su reputación y no planea convertirse una más en su lista.Dueño de un negocio próspero y con un encanto que derrite hasta la voluntad más firme, Gino tiene sus reglas muy claras cuando se involucra con una mujer: una noche, sin promesas, sin ataduras. Aun así, hay líneas que incluso él no está dispuesto a cruzar… y Greta está claramente al otro lado de esa línea. Por eso se obliga a ignorar lo que su cuerpo grita cada vez que la tiene cerca.Pero, ¿cuánto tiem
Una sonrisa se dibujó en los labios de Gino al escuchar el sonido firme de unos tacones resonando sobre el concreto taller. Tenía el presentimiento de saber de quien se trataba.Con un pequeño impulso de piernas, hizo rodar la camilla para salir de debajo del auto. Alzó la mirada, tomándose su tiempo para apreciar las piernas que estaban frente a él.Greta se aclaró la garganta, llamando su atención.—Si vas a mirar mis piernas, al menos ten la decencia de disimular —dijo ella con una sonrisa.Greta era la amiga de su prima Caterine. La había conocido en la fiesta de compromiso de ella. Seducción sobre piernas, pensó entonces. Una lástima que fuera amiga de Caterine, o habría intentado algo más esa misma noche. Sin embargo, tenía una política de nunca involucrarse con cualquiera que estuviera vinculado a su familia.Así que, se había limitado a tener a una conversación entretenida con ella, luego habían intercambiado teléfonos y desde entonces mantenían el contacto. Se podría decir que
Greta soltó un largo suspiro, se quitó los tacones con alivio y caminó descalza hacia la sala de su penthouse. Había sido un día demasiado largo, y lo único que deseaba era lanzarse a la cama y dormir hasta el lunes, o hasta el próximo año, si es que era posible.En su habitación, se dirigió al baño para una ducha rápida. El agua caliente corrió por su piel, arrastrando el cansancio y devolviéndole algo de energía. Al salir, con la toalla envuelta en el cuerpo, se sentó al borde de la cama y comenzó a secarse el cabello con desgano. En cuanto terminó, fue a tomar una ropa de dormir. Tenía una debilidad por los pijamas suaves, de seda y preferiblemente sexy.Apenas había terminado de vestirse cuando su celular comenzó a sonar con insistencia.—Hola, mamá —contestó y se arrastró debajo de las sábanas.Durante la siguiente media hora, escuchó a su madre hablar sin pausas, apenas prestando atención a sus palabras. Greta respondía apenas con monosílabos mientras sus párpados se volvían cad
Gino recorrió el corredor de la casa de sus padres, guiado por el sonido de unas risas femeninas que conocía demasiado bien. Al llegar a la sala, se encontró con una escena que lo hizo cubrirse los ojos, entre divertido y enternecido. Sus padres estaban en el sofá, besándose como dos adolescentes enamorados.—Esto tiene que ser una broma —gimió—. ¿No fue suficiente con todo el trauma que me causaron en la infancia? —preguntó con una sonrisa burlona—. ¿Ya puedo mirar o tendré que buscar un terapeuta después de este día?Espió entre los dedos, descubriendo que ambos se habían detenido, así que bajó la mano.Su madre tenía una sonrisa tímida y su padre lo observaba con ese brillo pícaro en los ojos que siempre lo había caracterizado.Desde que podía recordar su padre siempre había estado completamente rendido ante su madre. La adoraba con una devoción casi obsesiva, de esas que daban un poco de vergüenza ajena cuando uno era adolescente. Probablemente habrían tenido más hijos de no ser p