Caterine observó el rostro de Bernardo en la pantalla del televisor. Sus ojos fríos le devolvieron la mirada y por un segundo se sintió transportada a aquella pequeña habitación en la que la habían mantenido cautiva. Caterine recordó su sonrisa sádica, mientras le decía lo que iba a hacer con ella. Su padre y Corleone habían llegado antes de que él tuviera oportunidad de cumplir alguna de sus amenazas. —Bernardo Mazza aún no ha dado explicaciones —dijo la presentadora—. La policía tampoco ha brindado información sobre cómo van a proceder.Caterine regresó al presente. No tenía que pensar más en Bernardo u Ovidio, ninguno representaba más un peligro para ella y no iba a dejar que su recuerdo empañara su tranquilidad. Las noticias sobre los negocios sucios de Bernardo habían salido a la luz esa mañana. Todos los noticieros estaban hablando ahora sobre ello. Probablemente era el escándalo del año, considerando la cantidad de lugares en los que Bernardo había tejido su red de corrup
Corleone evaluó los anillos frente a él, buscando uno que representara a Caterine. Quería que ella sonriera cada vez que lo viera.Esa misma mañana, antes de ir al trabajo, había visitado la casa de los padres de Caterine para hablar con ellos. Sabía cuán importante era para ella su familia, y por eso había decidido ir en busca de su bendición antes de pedirle matrimonio. Aunque no necesitaba su aprobación, sí deseaba que formaran parte de ese momento especialMia casi se había echado a llorar de la emoción, mientras que Giovanni lo observó con una mirada larga y calculadora. Al final, el padre de Caterine sonrió.—Tienes nuestra bendición —dijo Giovanni—, aunque no creo que eso sea ninguna garantía. No es a nosotros a quien debes convencer.—No asustes al pobre muchacho —intervino Mia, poniéndose de pie y acercándose a Corleone para darle un abrazo—. ¿Puedo confiar en que cuidarás de ella?—Tan ferozmente como ella cuida de mí.Mia sonrió sin añadir nada más. Luego, para su sorpresa,
Corleone giró la cabeza por un momento para ver a Caterine. Ella había hablado sin parar durante todo el trayecto, pero de repente, el silencio había llenado el espacio. Sonrió al verla dormida. Su habilidad para hablar sin detenerse ni siquiera para respirar seguía sorprendiéndolo. Aunque al principio le resultaba inusual, con el tiempo había llegado a aceptarlo como una de las características que la hacían única. No solo lo aceptaba, lo amaba.Desvió la mirada hacia la autopista, y continuó conduciendo en silencio.El día anterior, habían visitado al ginecólogo para la primera revisión del embarazo de Caterine. Ella había estado en lo cierto. Iban a tener una niña. Corleone se imaginaba cómo, al igual que su madre, lo volvería loco, con sus pequeñas exigencias y travesuras, y lo cierto era que él solo la amaría más por eso.Había aprovechado la visita para preguntarle a la doctora si podían viajar. La mujer lo tranquilizó, asegurándole que no había motivo para no hacerlo. Corleone h
Caterine se dio la vuelta en la cama, soltando un suave gemido mientras se estiraba con pereza. Sus párpados aún se sentían pesados por el sueño, pero Una sonrisa fue dibujándose en sus labios al recordar su mañana.Corleone y ella habían pasado horas despreocupadas a orillas del mar, disfrutando de la brisa salada y el sol acariciando su piel. A ratos, habían jugado dentro del agua, entre risas y miradas cargadas de complicidad. Más tarde, compartieron un almuerzo al aire libre.Cuando el cansancio se apoderó de ella y comenzó a quedarse dormida, él la había llevado de regreso a la casa para tomar una siesta. Caterine se había quedado dormida tan pronto su cuerpo tocó la cama. En algún momento, Corleone la había despertado con caricias que pronto se convirtieron en algo más intenso y él le había hecho el amor con devoción. Le gustaba como a veces podía ser tan dominante y rudo y otras veces totalmente tierno.Al alzar la mano hacia el otro lado de la cama, descubrió que estaba vacío.
Caterine sonrió al sentir los brazos de Corleone envolverla. No lo había visto acercarse, pero supo de inmediato que se trataba de él. Lo delataba su aroma inconfundible y porque solo él tenía la capacidad de despertar todo tipo de sensaciones en su cuerpo. Corleone entrelazó ambas manos sobre su vientre con una delicadeza que contrastaba por completo con su expresión severa y la mirada asesina que le había visto lanzar a más de la mitad de invitados hombres.Caterine apoyó la nuca en su pecho, dejándose envolver por la calidez que siempre le brindaban los brazos de Corleone.—Creo que mi madre exageró un poco —murmuró él cerca de su oído—. Lo siento por eso.Rebeca, la madre de Corleone, había insistido en organizar una fiesta de compromiso apenas se enteró de que su hijo y Caterine se casarían. Corleone le había dejado muy claro que solo accedería si Caterine estaba de acuerdo, y ella, al ver el brillo en los ojos de Rebeca, no tuvo corazón para negarse. Era evidente que la mujer est
Caterine entró a la oficina del juzgado y una ráfaga de sonidos familiares la envolvió al instante. El eco de pasos apresurados, el murmullo constante de voces cruzadas y el golpeteo de teclas desde los escritorios le dieron la bienvenida. No había estado allí en casi tres semanas, pero nada parecía haber cambiado. En medio de aquel ambiente tan familiar, una punzada de añoranza le recorrió el pecho. Había comenzado su licencia por maternidad casi un mes atrás y extrañaba su trabajo, aunque no podía negar que también le gustaba estar en casa, disfrutando los últimos momentos de su embarazo.Cuando Corleone le había sugerido que se tomara la licencia, casi había discutido con él. Le gustaba estar allí, sentirse útil. Sin embargo, había sido evidente para ella que no podía continuar y no iba a arriesgarse a que algo le sucediera a su bebé. Sus pies la mataban si permanecía mucho tiempo de pie, necesitaba mantenerse hidratada y su columna protestaba con cada movimiento.—¡Mírate, estás
Corleone se acercó a la cuna con pasos lentos y suaves, su atención dividida entre no tropezar con nada y no dejar caer a su pequeña hija. Nunca se había sentido más atemorizado que cuando pusieron a su bebé en sus brazos y aun no había superado su miedo. Jamás había sostenido algo tan pequeño… ni tan importante. Llevaba en sus brazos a uno de sus tesoros más preciados, y sentía que, si no era lo suficientemente cuidadoso, podría lastimarla.Al llegar junto a la cuna, se inclinó con delicadeza para depositar a su hija. Sin embargo, apenas sintió el cambio, la pequeña hizo una mueca y se movió un poco. Corleone se enderezó al instante y comenzó a mecerla con suavidad.Una risita suave interrumpió el silencio, y él miró por encima del hombro.—Ya puedo imaginar cómo será esto —dijo Caterine, con una sonrisa divertida—. Tiene menos de un día de nacida y ya sabe cómo manejarte.Él ni siquiera intentó negarlo, no tenía sentido cuando su prometida estaba en lo cierto. Volvió a intentar colo
Caterine giró la perilla de la puerta y estuvo a punto de soltar una maldición cuando esta no cedió. Refunfuñando por lo bajo, dio un par de golpes suaves. En cuanto, Corleone abrió la puerta entró en la habitación sin perder el tiempo, obligándolo a retroceder con el rostro llenó de confusión.—Cúbrete los ojos —ordenó al ver cómo él la recorría con la mirada de pies a cabeza, sin la más mínima intención de disimularlo—. Es de mala suerte ver a la novia antes de la boda.Aun si hubiera querido obedecer, no habría sido capaz. No podía apartar los ojos de ella. Su —muy pronto— esposa estaba hermosa... No, hermosa era decir poco. Caterine se veía deslumbrante. Nunca le pareció más apropiado el apodo que le había dado que en ese instante. Campanita. Con su vestido blanco y vaporoso y un aura brillante rodeándola, Caterine parecía provenir de un mundo mágico.Le tomó un rato recordar cómo hablar.—Amor, no debiste irrumpir irrumpir en la habitación si no quería que te viera con tu vestido