Greta tardó unos minutos en recomponerse. Esa historia de la abstinencia se le estaba haciendo cada vez más difícil. Deseaba a Gino con una intensidad que a veces le resultaba difícil controlar. Nunca había sido alguien que pensara demasiado en el sexo—de hecho, siempre creyó que podía vivir perfectamente sin él—, pero desde que Gino apareció en su vida, su cuerpo parecía tener otras ideas.
Suspiró y terminó de arreglarse antes de salir al exterior.
Encontró a Gino recostado en una de las hamacas. Se había quitado la camiseta que llevaba al salir y ahora solo vestía unas bermudas.
Greta deslizó la mirada por su cuerpo sin ningún recato. El sol le acariciaba el pecho y el abdomen, resaltando el dorado natural de su piel. Incluso desde donde estaba, podía distinguir perfectamente el inicio de la “uve” que se insinuaba bajo el borde de las bermudas.
Era una visión por la que muchos pagarían entrada… y ella la tenía en exclusiva.
Él giró la cabeza hacia ella y le sonrió con la mezcla perf