En cuanto Greta se recuperó de su orgasmo, Gino salió de la piscina y la llevó de regreso a la tumbona. Se acomodó primero y luego la recostó sobre su pecho. Quería tenerla tan cerca como fuera posible, sentirla contra él.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella, al sentir la suave presión de su excitación rozar una de sus piernas.
Sin pensarlo, Greta empezó a deslizar una mano por su vientre, dirigiéndola hacia su entrepierna.
—Yo podría ayudarte con eso —murmuró, con un tono de complicidad.
Pero él la detuvo, tomando su muñeca con suavidad, pero firmeza.
—Descuida, lindura. Esta vez se trataba de ti —respondió él, y le dio un beso suave en la cabeza, un gesto de ternura que contrastaba con la intensidad de lo que ambos sentían.
La deseaba con una intensidad que le resultaba casi dolorosa, como casi todo el tiempo. Así que no había nada de nuevo en ello. Pero no había organizado aquel fin de semana para buscar satisfacción personal o hacerla romper sus reglas, sino para que ambos tuvieran