Greta avanzó con seguridad hasta uno de los sofás vacíos y se acomodó en él, recogiendo las piernas. Sabía que Gino aún la observaba. Podía sentir el calor de su mirada como una caricia invisible deslizándose por su piel.Tal vez debería haber elegido algo más recatado para ponerse, pero lo cierto era que todo su repertorio de pijamas era igual de provocador… o incluso peor. Siempre había tenido una debilidad por la ropa que la hacía sentirse sexy, en especial cuando se trataban de prendas interiores y pijamas. Por otro lado, podría haberse colocado encima una bata o incluso un suéter para cubrirse. Pero su lado rebelde se había hecho cargo y la había impulsado a salir tal cual estaba.—Entonces, ¿qué decías sobre ese vino? —preguntó, intentando sonar casual.Gino no respondió de inmediato. La contempló en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Greta no dejó que su mirada vacilara, sostuvo su mirada con seguridad, aunque por dentro era un lío. Sentía el corazón en la
Gino abrió los ojos, desorientado por un instante. No tardó en darse cuenta de la habitación en la que se encontraba no era la suya, sino la de… Greta. Habían llegado allí en algún momento de la noche después de que habían tenido sex0 en la sala.A su lado, escuchó una respiración pausada. Se giró con suavidad y vio a Greta. Dormía de costado, el cabello enredado le cubría parte del rostro. Gino alzó una mano y, con cuidado, le apartó el mechón, acomodándolo detrás de la oreja. No pudo evitar rozarle el rostro con la yema de los dedos, en una caricia breve.Se incorporó con cuidado para evitar despertarla. Recordó que la última vez que habían estado juntos ella había preparado el desayuno en su casa. Esta vez le tocaba a él devolver el gesto. Esperaba que ella durmiera un poco más; sin embargo, apenas posó los pies en el suelo, sintió movimiento a su espalda. Al volver la mirada, notó que Greta tenía los ojos abiertos.—Buenos días, dormilona —saludó con una sonrisa.—Buenos días, ¿qu
—Adelante —indicó Gino cuando escuchó que llamaban a su puerta. Esta se abrió y Bono entró a su despacho.Gino hizo a un lado los papeles que estaba revisando a un lado para prestarle atención. Las personas a menudo creían que dirigir un taller de mecánica era solo saber de autos, pero la realidad era distinta. A medida que su negocio ganaba reconocimiento, también aumentaban las responsabilidades administrativas, incluso cuando tenía un equipo que lo ayudaba con esos asuntos.—¿Qué sucede?—Llegaron los pedidos que estábamos esperando.Gino se puso de pie y se acercó a su amigo, quien le entregó una carpeta.—¿Y cómo estás? —preguntó Bono, sin rodeos, mientras salían de la oficina.—¿A qué viene esa pregunta?—Simple interés.—Estoy bien —dijo, mirándolo confundido.—¿Estás seguro? Porque los muchachos han empezado a creer que hay problemas con el negocio. Por supuesto, les dije que eso es absurdo. La lista de clientes no hace más que crecer y la sucursal está funcionando bastante bi
—Te dije que podía hacerlo en menos tiempo —dijo Caterine, satisfecha. Pero entonces, pareció procesar lo que acababa de oír—. ¡¿Qué tú hiciste qué?! ¡Gino Spinelli! ¿Es que acaso no podías mantener a tu pequeño amigo dentro de los pantalones?Su prima se puso de pie rápido y Gino, por puro instinto de supervivencia, se levantó también, listo para huir. La mirada de su prima en ese momento daba mucho miedo. No era un cobarde, pero Caterine estaba un poco loca y su padre la había entrenado bien. Podía no alcanzar a su barbilla, pero era peligrosa.—Las mujeres con las que he pasado la noche podrían dar testimonio de que no es para nada pequeño —bromeó, aunque se dio cuenta que fue un gravísimo error al ver como la expresión de su prima se endurecía más.Debería haberse quedado callado.—¡Ugh! ¡Eres un cerdo!Caterine se acercó a él y él salió de detrás de su escritorio antes de que ella lo atrapara. Su prima lo persiguió por la oficina, mientras él corría de un lado a otro.—Respira, p
—Lo siento, mamá —dijo Greta con tono suave—. Esta noche no podré. Te prometo que estaré allí el fin de semana.—Oh, cariño, de verdad deberías dejar de trabajar tanto —musitó su madre, sonando claramente preocupada—. Eres como la versión más joven y femenina de tu padre. Necesitas relajarte un poco.—En realidad, no es por trabajo que no podré asistir. Yo tengo… una cita esta noche.—¿Una cita? ¡No lo puedo creer! ¿Con quién? ¿Lo conozco? ¿Es alguien de la empresa?Greta soltó una carcajada al escuchar el entusiasmo desbordado de su madre.—No sé si lo conoces. Y no, no es de la empresa.—¿Estás segura de que no es un asesino en serio o un estafador?—Creo que sí. Caterine organizó todo, confió en que hizo las averiguaciones necesarias. Su amiga había insistido en que se reuniera con el conocido de Corleone hasta que Greta al fin aceptó. Era demasiado persistente cuando algo se le metía en la cabeza.—Entonces, esperaré que me cuentes todo después.—Está bien, mamá. Hablamos luego.
Gino observó con admiración el interior del edificio de la empresa de Greta. Era como entrar en otra realidad.Los grandes ventanales dejaban paso a la luz del día que iluminaba el lugar. Los pisos de mármol y las paredes impecables relucían bajo el resplandor. Grandes pantallas ubicadas en algunos muros mostraban imágenes de paisajes urbanos que cambiaban constantemente. Una música suave, apenas perceptible, flotaba en el ambiente. Todo, en conjunto, transmitía modernidad y elegancia.Se detuvo frente al mostrador, donde una mujer lo recibió con una sonrisa educada.—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer amablemente.—Estoy buscando a la señorita Greta Vanucci.—¿Tiene una cita?—No, pero podría decirle que Gino Spinelli está aquí, por favor. Soy un amigo. Ella me recibirá —aseveró, aunque no estaba muy seguro de que fuera a ser cierto.—Por supuesto, deme un segundo.Gino asintió y se giró para observar a las personas que transitaban el vestíbulo. Todos parecían ll
Greta soltó una carcajada. No había dejado de reír desde que llegaron al restaurante gracias a las historias de Gino, una más divertida que la otra.—No puedo creer que los muchachos hicieran eso —dijo entre risas.—No le veo la gracia —replicó Gino, aunque la sonrisa en su rostro contradecía sus palabras.—Oh, vaya que sí fue divertido. Me habría encantado estar allí.—Lindura, ya me has visto desnudo antes —dijo Gino sin pensarlo demasiado.Greta sintió cómo sus mejillas se encendían y, de inmediato, se quedó en silencio. Tras unos segundos, bajó la mirada hacia su celular y revisó la hora.—Creo que ya es hora de irnos —murmuró, intentando recuperar el control. El comentario de Gino había desenterrado una serie de pensamientos e imágenes que había logrado mantener a raya hasta ese momento.¿Por qué era tan difícil olvidar que se habían acostado juntos?Probablemente, Gino pensaba que algo estaba mal con ella. Él había estado con muchas mujeres, y Greta no creía que, cuando se reenc
Greta miraba la televisión, aunque en realidad no estaba prestando atención. No podía dejar de pensar en la mentira que le había dicho a Gino. Ni siquiera sabía de dónde había salido. Había esperado que, al decirlo, él no intentara besarla otra vez, y por cómo había reaccionado tenía el presentimiento de que así sería.Había bastado una sola mirada a Gino para que todas las emociones confusas que creía olvidadas volvieran a surgir con fuerza y para que sus pensamientos se volvieran un caos. En cambio, había salido con Isaia un par de veces más desde su primera cita; de hecho, deberían haber salido esa noche también, pero había encontrado una excusa para cancelar. Y, aunque él le agradaba mucho y se llevaban muy bien, no le producía ninguna emoción.Después de estar horas dándole vuelta al asunto, tenía que aceptar que sus sentimientos por Gino iban más allá del deseo y no tenía sentido continuar negándolo.Y eso era un desastre, porque solo terminaría con el corazón roto. Esa era una