Greta se bajó del auto y le dedicó una sonrisa amable a su conductor. Aquel hombre de mediana edad, de gesto sereno y mirada atenta, llevaba apenas un par de días trabajando para ella como conductor y guardaespaldas. Sin embargo, su presencia no le resultaba incómoda. Tal vez porque, a pesar de no haber tenido antes a alguien asignado exclusivamente a su seguridad, había crecido rodeada de personas a su servicio.
La casa de sus padres estaba siempre llena de empleados que rondaban atentos a cada movimiento suyo, como si fuera incapaz de hacer algo por sí sola. Solo cuando se mudó por su cuenta —unos meses después de comenzar a trabajar para su padre— conoció por primera vez lo que significaba la verdadera privacidad.
El guardaespaldas la acompañó hasta el interior del departamento. Tras una revisión rápida y meticulosa de ambas plantas, regresó a la sala, donde ella ya se había acomodado en el sofá. Después de un largo día solo quería relajarse un poco y quizás ver algún programa de t