CAPÍTULO 21. Un botón. Un desplante. Un collar.

—¿¡Hasta cuándo, Benjamín!? —rugía el Ministro—. ¡Tú no tienes vergüenza! ¡En las narices de tus suegros! ¡En la misma propiedad donde nos quedamos todos…! ¿¡Tenías que llevar a una put@!?

Gabriel escuchó el sonido de algo de cristal estrellándose contra el suelo.

—¡¿Y qué esperas que haga?! —gritaba Benjamín en el mismo tono exasperado­—. ¡No me puedo coger a la mujer que me diste! Entonces ¿no me puedo coger a nadie? ¿¡Me ves cara de sacerdote!?

—¡Al menos te hubieras largado a un hotel! —espetó el Ministro—. Los Grey no tenían por qué escuchar gritos de tu golfa…

—¿¡Y a quién carajo le importan los Grey!? —bufó su hijo—. ¡Ya firmaron los contratos, no pueden echarse atrás! Además espero que no hayas sido tan estúpido como para no poner condiciones.

—¡Pues claro que no soy estúpido! ¡Esos contratos durarán tanto como dure tu matrimonio con la chica! En el mismo momento en que el acuerdo se cancele, esos contratos se irán al diablo.

Gabriel arrugó el ceño. Descubrir que el ministro d
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