El sonido de los disparos rasgó el aire como si el mismo cielo se estuviera partiendo en dos. Un segundo antes estábamos en medio de la celebración, con la música de la orquesta flotando entre las mesas decoradas con flores blancas y doradas. Un segundo después, el mundo se convirtió en caos.
Me quedé paralizada. A mi alrededor, los invitados corrían en todas direcciones, volcando mesas y sillas. Los gritos se mezclaban con el estruendo de las balas que impactaban contra las paredes, las columnas, los cristales que estallaban en mil pedazos.
—¡Camila! —La voz de Elías sonó distante, como si viniera de otro mundo.
Mis ojos buscaron el origen de los disparos. Fue entonces cuando lo vi, entre el humo y la confusión: Julián. Estaba de pie en el balcón superior del salón, con un rifle de asalto en las manos y una sonrisa que me heló la sangre. Nuestras miradas se encontraron por un instante eterno. Levantó el arma y apuntó directamente hacia mí.
Mi cuerpo no respondía. Todos mis conocimien