El whisky quemaba en mi garganta, pero no tanto como la imagen que no podía borrar de mi mente. Camila y Julián. Solos. En mi territorio.
Arrojé el vaso contra la pared de mi despacho. Los cristales estallaron como mis pensamientos. Fragmentados. Filosos. Letales.
Había regresado antes de lo previsto de Sinaloa. El acuerdo con los colombianos se había cerrado en tiempo récord, y yo solo quería volver a casa. A ella. Pero al llegar, Rodrigo me informó que Camila había estado con Julián en el jardín trasero durante casi una hora. Solos.
—¿Y nadie los vigiló? —había rugido.
—Usted dio órdenes de que la señora podía moverse libremente por la propiedad, patrón.
Mis propias palabras me ahogaban ahora. La confianza era un lujo que no podía permitirme, menos con Julián cerca. Mi hermano, el traidor eterno.
La puerta se abrió sin previo aviso. Camila entró como una tormenta, con el cabello suelto y los ojos ardiendo.
—¿Me mandaste a seguir? —Su voz cortaba el aire—. ¿Ahora tengo que reportar c