— Estás muy contenta… ¿Se puede saber por qué?
— No. — le respondí a secas.
— ¿Será porque estás llegando temprano a clases? — supuso en voz alta haciéndome parar abruptamente el paso para quedarme mirándolo frente a frente de forma extrañada. Sabía que diría algo que me cambiaría el humor rotundamente. — Sería una pena si te retrasaras más de la cuenta…— terminó riéndose entre dientes logrando que se me helara la sangre por un segundo.
— ¿No tienes a nadie más para ir a molestar? — lo desafié para que cediera, pero no hubo caso. Cada vez que trataba de evadirlo él se interponía en mi camino y no me dejaba avanzar hacia el salón de clases.
— ¿Qué es lo que quieres?
— Así me gusta, absolutamente todo en este planeta se reduce siempre a negociar.
— Si, como sea. ¿Qué quieres? — repetí la pregunta.
— Tienes que disculparte con Guillermina.
— No.
— Debes hacerlo o seguiré molestándote.
— Mira, Izán. Hablaré con ella pero no porque me lo hayas pedido sino porque quiero decirle que sí me ag