Tan pronto como los primeros rayos de sol entraron por mi ventana, desactivé el despertador que estaba a punto de sonar y comencé mi mañana sintiéndome completamente hambrienta.
Mientras bajaba las escaleras me encontré con Hernán que también iba al comedor para desayunar. Ambos estábamos muy somnolientos como para intercambiar palabras y nos limitamos a caminar como si fuésemos un par de zombis por los corredores.
— ¡Son las siete, chicos! Deben apresurarse a tomar su desayuno. — nos avisó Ely señalando nuestras tazas llenas con café caliente.
— ¿Y qué tiene, Ely? Curso recién a las siete y media. Aún tengo tiempo. — refunfuñé sin ánimos de nada, en un intento de calmar su ansiedad, mientras mezclaba en mi tazón algo de leche con cereal. Hern&