Ivana se quedó helada.
—¿Cómo que quedó atrapado?
Elena, con los ojos llenos de lágrimas, intentó explicarse entre sollozos. Habían visto un ciervo y Nelson, ignorando la lluvia, fue tras él solo. Poco después, una parte de la montaña se vino abajo y desde entonces no habían podido contactarlo.
—¡Qué irresponsable! —Ivana apretó los dientes—. Esa zona es peligrosa cuando llueve... y de noche hay lobos. ¿Qué demonios le pasa? ¿No le importa su vida?
Uno de los amigos de Nelson se ofendió de inmediato:
—¡Oye, bájale! ¿Y tú qué vas a hacer? Ya hablamos con el equipo del campo, pero no hay forma de sacarlo hasta dentro de unas horas...
—¡Ivana, espera! ¿Adónde vas?
Ignorando las voces a su alrededor, Ivana montó al caballo con movimientos decididos. Sujetó las riendas, dio media vuelta y lanzó una última mirada al grupo:
—A buscarlo.
Y sin más, galopó hacia la montaña, dejando atrás a todos, que la veían partir con caras de asombro.
—¿Desde cuándo monta así...? —murmuró uno.
Elena se quedó en silencio, con la cara blanca como papel y las manos hechas un puño.
***
Ivana conocía la montaña al dedillo, así que no tardó en encontrar un sendero seguro, lejos de las zonas propensas a derrumbes.
No lo hacía por heroísmo, ni por amor. Solo había dos razones.
La primera, que ese terreno le pertenecía: si Nelson moría ahí, el escándalo caería sobre ella y no podría marcharse en paz.
La segunda... era una vieja deuda.
Apenas volvió a la familia Ramos, Ivana y Elena fueron secuestradas. En ese momento, sus padres biológicos —Felipe y Celia— no dudaron en elegir a Elena, dejándola a ella a su suerte, aun sabiendo que era la verdadera hija.
Fue Nelson quien la rescató. Él solo, con tres heridas graves que casi le cuestan la vida.
Desde entonces, Ivana había cargado con esa deuda.
Cinco horas después, bajo la lluvia y la oscuridad, logró dar con él.
Nelson yacía inconsciente en una cueva, empapado, abrazando con fuerza el cuerpo de un ciervo.
Movía los labios, murmurando palabras que se perdían con el viento.
—Elena... esto era para ti... quería dártelo...
Ivana se quedó en silencio, sintiendo una punzada extraña en el pecho.
¿De verdad había arriesgado la vida solo para regalarle un trofeo a Elena?
Con una sonrisa amarga, Ivana se inclinó para levantar a Nelson. Estaba decidida a sacarlo de ahí.
Pero justo cuando alzó la vista, su cuerpo se tensó:
decenas de ojos brillaban en la oscuridad.
Una manada de lobos se acercaba, sigilosa, rodeándolos.
Maldijo en silencio su mala suerte, pero no se echó atrás. Tomó el rifle con firmeza, se puso delante de Nelson y apuntó sin temblar.
No pensaba dejar que lo devoraran. Ni a él, ni a ella.
Una hora después, los lobos yacían en el suelo.
Ivana también. Había recibido tres mordidas profundas, los brazos y el costado empapados en sangre.
Qué irónico, pensó.
Tres heridas. Justo como las que Nelson había sufrido por salvarla aquella vez.
Apretando los dientes, con el cuerpo temblando, logró montar a Nelson en el caballo.
Y así, como pudo, lo llevó de regreso.
Cuando llegó al edificio principal, todos se quedaron paralizados al verla: cubierta de sangre, los labios pálidos, la ropa rasgada.
Ivana apenas se sostuvo un segundo más. Bajó del caballo a trompicones y empujó a Nelson hacia Elena.
Con voz ronca, reunido lo último de su fuerza, murmuró:
—Dile... que ya le devolví la vida que me dio.
Y después, todo se volvió oscuro.
***
Cuando volvió en sí, Ivana estaba en una habitación blanca, con el pitido constante de las máquinas y el olor a desinfectante impregnado en el aire.
Sus heridas ya estaban vendadas.
—¿Y el hombre que llegó conmigo? —preguntó con voz débil al médico que la revisaba.
El doctor le dio el número de habitación de Nelson, y sin pensarlo mucho, Ivana se levantó con dificultad para ir a verlo.
Pero justo al llegar al pasillo, frente a la puerta entreabierta, se detuvo en seco.
Desde adentro, se oía claramente la voz de uno de los amigos de Nelson:
—Nelson, fue Elena la que arriesgó su vida para sacarte de esa montaña. Se nota que de verdad te quiere.