Capítulo 4
Antes de que el médico pudiera terminar de hablar, Ivana agarró los tubos con los embriones y los estrelló contra el suelo sin dudarlo.

—Ya dije que no voy a tener un hijo con él —soltó con la voz firme, aunque el rostro se le veía pálido.

El doctor, paralizado por la escena, no supo cómo reaccionar.

—No importa cuánto les haya pagado Nelson —añadió Ivana, respirando hondo—. Yo puedo pagarles el doble. Pero no quiero que él se entere de nada.

El médico tartamudeó, visiblemente incómodo:

—Pero... pero si el señor Braga pregunta...

—Cuando pregunte, ya veré qué decirle —respondió ella con calma.

Miró los restos rotos en el suelo, y algo dentro de ella se encogió sin remedio.

Durante un tiempo, de verdad soñó con formar una familia con Nelson.

Pero ese sueño... ya no quedaba nada.

Sin decir una palabra más, dio media vuelta y salió del consultorio. Esta vez, no pensaba mirar atrás.

***

Ivana firmó personalmente su alta médica. Al volver a casa, sintió que hasta el aire la asfixiaba: todo seguía oliendo a Nelson.

Necesitaba escapar. Pensar.

Así que tomó las llaves y se fue directo al campo de caza.

Cuando vivía en Europa, nada la calmaba más que montar a caballo. Era su forma de soltar el mundo.

Al llegar a este país, no encontró ningún lugar decente para hacerlo, y fue su madre adoptiva quien, sin dudarlo, compró toda una montaña y la convirtió en un campo de caza privado. Lo registró a nombre de Ivana, solo para verla feliz.

Desde entonces, cada vez que algo la agobiaba, volvía allí a perderse entre los árboles y el viento.

El lugar, construido con los más altos estándares, se volvió cada vez más popular entre la alta sociedad.

Pero justo al llegar, el corazón se le detuvo al ver un Maybach negro estacionado en la entrada. Lo conocía demasiado bien.

La puerta se abrió y Nelson bajó, cargando en brazos a Elena.

—Nelson, bájame, puedo caminar —murmuró ella con una vocecita suave.

—El suelo está resbaloso, llovió hace rato —respondió él, sin soltarla.

La dejó con cuidado sobre el pasto, pero apenas levantó la vista y vio a Ivana, Elena se quedó helada.

—¿Hermana?

Nelson también la notó y frunció el ceño.

Recordó la llamada del médico mencionando su reacción adversa al tratamiento.

En su momento no le dio importancia. Pero al verla allí, aún con el rostro pálido, algo se le removió por dentro.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin molestarse en disimular su incomodidad.

Ivana respiró hondo, enderezó los hombros y respondió con tranquilidad:

—Vine a montar a caballo.

La pareja no venía sola. Los acompañaban varios amigos de la alta sociedad, todos vestidos con aires de superioridad.

Uno de ellos soltó una carcajada apenas escuchó la respuesta de Ivana.

—¿Montar a caballo? ¿Tú? ¿No que eras muy fina, pero ni sabías montar?

—Seguro cree que cazar es lo mismo que montar burros en su rancho —dijo otro, burlándose—. ¡Nada más no te rompas el cuello!

Aunque sus padres adoptivos eran empresarios muy influyentes en Europa, por sus vínculos con el bajo mundo, Ivana siempre prefería mantenerse al margen.

Por eso muchos pensaban que era solo una chica más, sin educación ni clase.

Algunos amigos de Nelson empezaron a silbar con descaro.

—Ivana, si no sabes montar, no te preocupes... yo te llevo encantado. ¿Prefieres sentarte adelante o atrás?

—Atrás, obvio —se sumó otro, soltando una carcajada—. Así me vas rozando con esos encantos que tienes. ¡Qué delicia!

Nelson apretó la mandíbula, visiblemente incómodo, pero no abrió la boca.

Elena intervino al fin, hablando bajito:

—Ya, basta. Dejen de molestar a Ivana.

La intervención débil de Elena no hizo más que dar pie a los comentarios venenosos de sus amigas.

—Ay, no es su culpa, Elena. Mira la cara de provocadora que pone tu hermana... parece que se viste así a propósito.

—Sí, serán gemelas, pero lo que es clase, a Ivana no le tocó nada. Ella es pura vulgaridad.

Tras confirmarse que Ivana era la hija biológica de los Ramos, la familia optó por no dejar de lado a Elena. Anunciaron públicamente que las dos eran hijas legítimas, aunque nadie sabía que, en realidad, Elena no tenía ni una gota de sangre en común con Ivana.

Elena la miró con nerviosismo, temiendo que Ivana dijera algo.

Pero Ivana no reaccionó. No respondió ni con una mirada. Simplemente se dio la vuelta y se fue, sin prisa, sin decir nada.

Elena respiró aliviada y cambió de tema de inmediato:

—Ya, olvidemos eso. Dicen que si cazas un venado aquí y se lo regalas a alguien especial, el amor dura para siempre...

Mientras hablaba, miró de reojo a Nelson, con timidez mal disimulada.

El grupo se puso el equipo y salió en dirección al bosque.

Ivana eligió un sendero distinto para no tener que verlos más.

Pero a los pocos minutos, empezó a llover.

Conociendo el terreno, supo que con esa lluvia el peligro de derrumbe era real, así que volvió directo al edificio principal.

Al llegar, se encontró con el grupo de Elena en completo caos.

Todos hablaban a la vez, empapados y nerviosos. Nelson no estaba.

—¿Qué pasó? —preguntó Ivana, con el ceño fruncido.

Elena se giró, con el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas:

—¡Ivana! ¡Nelson quedó atrapado en la montaña!
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