Al instante, ella quitó la mano de golpe.
Alan dijo de inmediato:
—Aurora, ¿qué haces?
Yo apreté los labios, indecisa, y le dije a Valerie:
—Mejor ya basta, ¿no? Si contamos desde ayer, ya van como veinte bofetadas. Es suficiente.
—¿Suficiente? —Valerie respondió furiosa.
—Ella te hizo tanto daño, ¿y unas cuantas bofetadas son suficientes? Yo más bien quisiera poder matarla de una.
Alan estaba a un lado, molesto.
Lo entendía: él estaba sufriendo por Valerie.
Yo también sufría por ella. Al fin y al cabo, darle tantas bofetadas a esa mujer ya le había dejado la mano hinchada; no valía la pena.
La senté junto a mí y le dije:
—La próxima vez solo haz el gesto, no le pegues tan fuerte. Mira tu mano, cómo está hinchada. Debe doler mucho.
Ella se rio:
—Bah, yo tengo la palma dura. A la que le debe doler más es a su cara.
Intenté responder, pero Valerie me interrumpió, sonriendo:
—De verdad, no pasa nada. Descanso un rato y se me quita. Además, no es que yo quiera pegarle; es culpa suya por no