La verdad, la actitud burlona de ese hombre me resultaba irritante.
No era raro que Valerie estuviera tan enojada.
Mientras me arrastraba, refunfuñaba:
—Ese tipo debe vivir en una cueva. ¿Cómo es posible que aquí en Ruitalia no te reconozca a ti, Aurorita? ¿Y encima duda de que el que está en la esquina sea realmente Mateo? Y te digo otra cosa: este tipo de hombres tacaños y machistas son lo peor. Solo quieren casarse con una mujer que les sirva de niñera gratis, que cuide a sus papás, que les cocine y lave la ropa, mientras ellos en su casa se creen dioses.
La miré, sonriendo.
—Oye, sí que los conoces bien, ¿no?
—¡Claro! —respondió, orgullosa.
—He ido a varias citas, tengo experiencia. Ese de antes, con solo ver cómo te miraba, ya sabía cuáles eran sus intenciones.
Le levanté el pulgar en señal de admiración.
Luego suspiré y le pregunté, resignada:
—¿De verdad parezco una “buena esposa y madre”?
Valerie se apartó dos pasos, me miró de arriba abajo y asintió muy seria:
—La verdad… un p