Mateo me miró, intrigado, como si no me conociera:
—¿Qué tonterías estás diciendo otra vez?
No supe qué decir.
¿Querer acostarme con él era una locura?
¿Y entonces, cuando él quería hacerlo conmigo, qué era?
De la nada, una mezcla de rabia y vergüenza me apretó el pecho.
Me moví, intentando quitármelo de encima:
—Sí, solo digo tonterías. Suéltame ya, no vaya a ser que en un impulso te viole.
Mateo se puso más intrigado, mirándome.
Dijo en voz baja:
—¿Sabes lo que acabas de decir?
—¡A ver! Repítelo tú mismo —lo desafié.
Solo de pensar que fingió borrachera y yo, tonta, le hice todo eso… la vergüenza me estaba volviendo loca.
¿Qué clase de hombre era él?
¿No era que siempre quería acostarse conmigo?
Con una oportunidad así, ¿por qué ahora no lo hacía?
Si decidió fingir borrachera, lo mejor era seguir fingiendo hasta el final: dejar que terminara, que me fuera, y entonces despertar.
¿Por qué justo en el último momento abrió los ojos?
¡Obvio solo quería dejarme en ridículo!
Mientras más lo