Mateo miró rápido a Camila, luego volvió a fijar su mirada amenazante en mí.
Yo miré la cara dolorida de Camila y, con un brillo en los ojos, me acerqué al oído de Mateo y le dije en voz baja:
—Mateo, si solo bebes conmigo, alguien podría sentirse mal. Mejor tómate dos copas con ella, no sea que se ponga demasiado triste, le regrese su vieja enfermedad y al final me eche la culpa a mí.
Mateo me miró de reojo.
Pero no dijo nada, solo agarró la copa y, viendo a Camila, dijo con seriedad:
—Bueno, bebamos.
Dicho eso, se tomó todo el vaso de un trago.
Camila casi llora.
Las dos frases que le susurré a Mateo eran suficientes para volverla loca de celos.
Ella había venido a beber con Mateo solo para hacerse notar, incluso para presumirme que él todavía la cuidaba y se preocupaba por ella.
Nunca imaginó que Mateo aceptaría beber con ella solo porque yo lo persuadí.
Seguro por dentro se estaba muriendo de envidia.
Yo estaba contenta: no solo logré que Mateo bebiera, sino que además fastidié a