Él gruñó y me apartó un poco sujetándome de los hombros, mientras decía:
—¿Qué locura traes ahora?
—No estoy loca. —Agarré fuerte la cintura de su pantalón y le hablé muy seria.
—Mateo, tengamos un tercer hijo, rápido.
Cuando terminé, ignoré su expresión de asombro, aparté su mano y, rodeándole el cuello, volví a besarlo.
Él me miraba en silencio, con los ojos oscuros y contenidos, como si escondieran miles de emociones.
Pero ninguna que yo pudiera entender.
Era tan alto que prácticamente estaba colgada de él.
Cuando vi que no reaccionaba, simplemente lo empujé contra la pared.
Besé sus labios, su cuello, su garganta, su pecho...
Su mirada se puso más intensa, su respiración se volvió agitada y el pecho subía y bajaba con fuerza.
Su cuerpo se fue tensando, y el aire que exhalaba ardía.
Cuando creí que ya estaba lo bastante excitado, empecé a desabrocharle el cinturón y metí la mano dentro de sus pantalones.
Pero antes de tocarlo, me detuvo sujetándome la mano.
Me miró fijo, con la voz