Mateo forzó una sonrisa hacia su hija, pero se veía tan incómoda que mejor no la hubiera hecho.
Y claro, Embi no sintió nada de cariño paterno en eso.
Con sus manitas regordetas se aferró a la ropa de Javier y dijo:
—Yo solo quiero ir contigo. Mejor espero a que seas tú el que me lleve.
De inmediato, Mateo respiró hondo, tratando de contener toda su rabia.
Alan lo notó y enseguida intervino, sonriendo hacia la niña:
—¡Ay, tampoco tiene que ser solo con Javier! Yo también estoy libre, la próxima vez yo te llevo.
Embi asintió con voz dulce:
—Entonces no lo olvides.
—¡Claro que no! A mi princesita le cumplo lo que le prometo, aunque esté ocupado.
—Ajá, así me gusta, padrino.
Era evidente: Alan se ofreció rápido por miedo a que Mateo enloqueciera de celos por lo unida que estaba la niña a Javier.
Pero en realidad, logró lo contrario. Mateo se veía aún más molesto, seguro pensando que su hija quería a cualquiera menos a él.
Y Alan también se dio cuenta, así que lo apuró:
—Javier, rápido, va