Cuando Javier se fue, Embi vino corriendo a mis brazos.
No importaba lo que pasara, ella nunca iba a acercarse a su papi por iniciativa propia.
Ese día había permitido que él la abrazara para dormir solo porque lo oyó hablar con tanta tristeza.
Mi Embi, aunque pequeña, tenía el corazón más grande del mundo.
Mateo no dijo nada, y yo tampoco. El ambiente se fue poniendo demasiado tenso.
Al final, los niños ya no quisieron quedarse en la sala.
Embi me tomó de la mano y dijo:
—Mami, quiero subir.
En cambio, Luki parecía todavía ilusionado con ir al parque de diversiones, y no dejaba de mirar a Mateo.
Curiosamente, el día que vimos por la cámara, había sido Luki el que más lo rechazaba.
Pero ahora, el que se le acercaba con más ganas era precisamente él.
Lo jaló de la manga y preguntó en voz baja:
—Papi, ¿todavía vamos al parque?
—Por supuesto, hijo —Mateo le sonrió.
—Solo que tenemos que invitar también a tu hermana, si no se aburrirá en casa.
—¡Ajá! —Luki corrió hasta Embi, la tomó de la