La mirada molesta y la voz grave de Mateo me devolvieron a la realidad.
Apartó los mechones sudorosos de mi frente, besó mis labios y, con la voz más suave, dijo las palabras más crueles:
—Hace un momento, por un instante, de verdad quise matarte.
En efecto, hace un momento fue muy brusco, como si quisiera acabarme ahí mismo.
Ahora que la pasión se disipaba, el dolor en mi espalda, lastimada contra la base, se notaba más.
Sus dedos acariciaron mi hombro, mientras me decía:
—Bienvenida de vuelta. No volveré a echarte, pero tampoco te dejaré escapar.
Ya no importaba, al fin y al cabo, casi toda nuestra vida la hemos pasado torturándonos mutuamente. El futuro no me preocupaba.
Mientras no me impidiera vengarme de Camila, estaba bien.
Me miró fijamente por mucho tiempo, hasta fijarse en mi pecho lleno de marcas.
Tragó saliva, y su mirada se llenó de más deseo.
Claro, después de cuatro años, una vez no sería suficiente para saciarlo.
De la nada, me agarró de nuevo, m