Giré un poco la cabeza y me encontré con sus ojos enrojecidos.
Me pareció ver el destello de unas cuantas lágrimas.
De la nada, la bata que acababa de ponerme se deslizó al suelo.
Me sentó en el alféizar de la ventana, su cuerpo alto y fuerte presionándose contra mí.
Me miró fijamente, en sus ojos no solo había seriedad, sino también tristeza y dolor.
Ya sea que me ame o me odie, para él siempre ha sido doloroso.
Por eso, desde el principio, todo esto fue un error.
Los dedos largos de Mateo se clavaron en mi hombro mientras se inclinaba hacia mí, su aliento apasionado me envolvía, haciéndome temblar.
Me aferré a la cortina detrás de mí y, con voz ronca, dije:
—Mateo, dices que soy la peor mentirosa de este mundo, pero tú nunca me has creído, ¿o sí?
Con amargura, él se rio y me respondió:
—Después de tantas veces que me has mentido, dime, ¿cómo quieres que te crea?
—Yo quiero creerte, te quiero creer a ti más que a nadie, pero me has mentido más que nadie. Aurora, te odio, te odio tanto