Claramente, los cuatro podíamos ser una familia feliz, pero él simplemente no quiere creerme.
El aliento de Mateo se fue acercando poco a poco.
Me besó en los labios y, con voz ronca, dijo:
—¿Por qué te atreves a volver? ¿Eh?
Mira, apenas terminamos de discutir por los niños y ya vuelve a sacarme en cara lo de su mamá.
Aunque ya tenemos hijos, su odio hacia mí no ha disminuido ni un poco.
Me aparté de su aliento y respondí con calma:
—Tengo la conciencia tranquila, ¿por qué no habría de regresar?
—¿Acaso olvidaste lo que te dije aquella vez? ¿Por qué te atreves a aparecer frente a mí? —su tono era duro, como si quisiera hacerme trizas hasta los huesos.
Apreté las manos y le sonreí:
—Suéltame ahora y devuélveme a los niños. En cuanto lo hagas, desapareceré de inmediato y no volveré a estar frente a ti.
Pero su mirada se volvió aún más amenazante, cargada de un odio más profundo.
Ya no habló más, solo me miraba fijamente.
La ropa mojada pegada a mi cuerpo ya me hacía sentir incómoda, y