Él se detuvo frente a mí, con sus ojos oscuros clavados en los míos.
No tenía cómo escapar de ese hombre.
—¿Tus hijos?
Se inclinó hasta mi oído y me dijo, en un tono espeluznante:
—¿Cómo es que no lo sabía? Una persona diagnosticada como estéril de por vida, que ni siquiera puede hacerse una fecundación in vitro, puede tener dos hijos.
Su aliento helado recorrió mi cuello, se coló por mi ropa y me hizo estremecer.
Apreté los puños, lo miré fijamente a los ojos y respondí con calma:
—Sí, te mentí. Ese examen de infertilidad era falso, lo mandé a falsificar con Javier.
—Je...
Él se rio, con su mirada intensa.
—Entonces no me equivoqué. Eres la peor mentirosa de este mundo. Yo jamás te engañé, pero tú siempre me engañaste a mí.
Su cuerpo estaba tenso, y era evidente que reprimía un odio y una rabia intensos.
Por instinto, di dos pasos hacia atrás, pero él me siguió de inmediato.
Al final, me acorraló.
Alzó la mano y me puso entre él y la pared.
Sus ojos, cada vez más rojos, me miraban muy