Valerie cerró los ojos y, sin mirar, contestó y puso el altavoz.
Se dejó caer perezosamente en la silla, y con voz apagada respondió:
—¿Sí?, ¿quién habla?
Después de un instante de silencio, escuchó la voz titubeante de un hombre:
—Eh… soy yo.
El carácter de Valerie siempre había sido despreocupado, y además no había despertado del todo.
Yo ya había reconocido la voz de Alan, pero ella no se dio cuenta en absoluto.
Fastidiada, preguntó:
—¿Y tú quién eres? ¿No te pregunté quién eres?
Al oír su tono impaciente, Alan suspiró de enojo.
Alan contuvo la furia y, como rechinando los dientes, dijo:
—¡El de la cita!
Valerie, con los ojos aún adormilados, preguntó desconcertada:
—¿Cuál de todos? He tenido tantas citas, ¿cómo voy a saber quién eres? ¡Di tu nombre rápido, si no, cuelgo!
Se notaba que Alan estaba realmente enfadado; solo se oían sus suspiros en el altavoz.
Valerie miró el celular, con cara de “no entiendo nada”:
—¡Si no hablas, voy a colgar, eh!
—¡Valerie, atrévete a colgar y verás