Esas fotos las tenía escondidas y hacía mucho que no las veía.
Nunca imaginó que hoy dos pequeños las encontrarían.
Todas esas fotos eran de esos tres años en que, a escondidas, le tomó fotos a Aurora.
En esa época, aunque ella siempre se burlaba de él y lo humillaba, también eran sus pocos días felices.
Al menos en ese entonces podían estar juntos todos los días.
Cuando ella se dormía o se emborrachaba, podía mirarla todo lo que quisiera y acompañarla.
En esos días, aunque ella lo rechazaba, no había disputas irreconciliables ni rencores imposibles de superar.
Por eso él siempre tuvo esperanza, seguro de que, si seguía insistiendo, tal vez algún día ella podría llegar a quererlo.
Muy diferente a ahora, que ya no había ninguna esperanza.
Mientras sus dedos largos rozaban la cara inconsciente de ella, el dolor que guardaba en lo más profundo de su corazón apareció de repente.
El timbre del celular interrumpió la soledad y el dolor de ese momento.
Escuchó la voz alegre de Alan:
—Mateo, ¿