Cuando los dos niños despertaron, él salió corriendo.
Luki se frotó los ojos, miró por la habitación y preguntó:
—¿Padrino?
Nadie le contestó, aunque abajo se escuchaba el ruido de un carro. Enseguida se bajó de la cama, corrió la cortina y miró hacia afuera.
Embi, frotándose los ojos, se levantó y le preguntó:
—Hermano, ¿ya llegó papá?
—Parece que sí.
Luki, al decir eso, de repente recordó algo, regresó corriendo, tomó su mochila de osito y sacó de adentro la tablet que su mamá le había dado.
Miró por toda la habitación, encendió la tablet y la escondió en un rincón discreto.
Abajo, Mateo cerró los ojos y descansó un momento recostado en el asiento, antes de abrir la puerta y bajarse del carro.
Apenas se bajó, le lanzaron un puñetazo.
—Por fin volviste.
Mateo se hizo a un lado y lo esquivó.
Se apoyó contra el carro y, viendo a Alan furioso, preguntó con calma:
—¿Qué sucede?
—¿Todavía me lo preguntas? ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperándote aquí? ¿Por qué no contestas mis mensajes? ¿Por