De verdad me parecía muy gracioso: sin aclarar bien la situación ni distinguir lo que estaba bien o mal, siempre venía todo enojado a hablarme, como si yo le debiera la vida a Mateo.
Alan murmuró:
—Olvídalo, ya no te digo nada. Con una mujer tan terca como tú, aunque te hable diez horas seguidas, no sirve de nada.
En ese momento, escuché sonar el celular que estaba sobre la mesa.
Era el teléfono de Alan.
Por reflejo miré; y en la pantalla aparecía el nombre de Mateo.
De repente, me estremecí.
Alan me miró de reojo, luego contestó.
—Sí, termino el asunto y vuelvo.
No supe qué más le dijo Mateo, pero de pronto él levantó la vista hacia mí y murmuró:
—La vi, está muy bien.
Un segundo después, cortaron la llamada.
Alan dejó el celular a un lado y soltó una indirecta:
—Ese Mateo es un tonto. Estos tres años, entre la vida y la muerte, sufrió sin consuelo; y mientras tanto, otros viven como reyes y disfrutan como si nada. Pobre Mateo, al final se entregó en vano, en vano se entregó…
En cuant