La voz se acercaba como si estuviera a mi lado y, a la vez, parecía venir del horizonte.
Me quedé quieta, mirando alrededor.
¿De dónde salía ese llanto?
¿Era mi bebé?
De pronto algo me golpeó la memoria y miré rápido mi abdomen. Cuando vi que estaba plano, el pánico me invadió.
¿Y mis bebés?
¿Dónde están mis bebés?
Grité y busqué como loca bajo ese cielo silencioso.
Una luz blanca estalló y, en ese instante, perdí la conciencia.
Cuando volví en mí, estaba en el hospital.
Abrí los ojos y el dolor del vientre volvió de inmediato.
Me toqué el abdomen con ansiedad y, cuando vi que estaba plano, el pánico me tomó otra vez.
Me incorporé de golpe, pero al hacerlo sentí un tirón en la herida y aspiré por el dolor.
En ese momento Valerie entró, me vio sentada, se asustó y corrió a sostenerme.
—Aurorita, ¿ya despertaste? ¡Acostada! ¡No te muevas, la herida aún no cierra! —me dijo apurada.
—¿Mis bebés? ¿Dónde están mis bebés? —pregunté desesperada, apretando su mano.
Valerie sonrió para calmarme: