El corazón me pegó un brinco y el cuerpo se me puso tenso al instante.
Por suerte no me miró; solo se fijó en la puerta detrás de mí.
Parecía esperar a alguien. Miró la puerta y luego se dio vuelta.
Ni una vez me miró.
Suspiré y pensé si debía irme sin hacer ruido.
Pero afuera estaba a reventar de gente que vino a ver las esculturas de hielo. Hoy también era el día de la muestra del famoso Tesoro del palacio, así que había aún más gente que de costumbre.
Además, Valerie no estaba a mi lado y, con esta barriga tan grande, me daba miedo chocar con alguien.
En ese momento sonó un celular con una melodía conocida.
Levanté despacio la mirada y vi a Mateo sacando su teléfono para contestar.
—¿Ya llegaste?
—Sí, en la sala de descanso 103.
—No te preocupes, te pedí el chocolate que te gusta.
La voz de Mateo sonaba seca; si prestabas atención, se oía una mezcla de frustración y paciencia.
Entonces, ¿ese chocolate era para Camila? ¿Hoy vino con Camila?
Justo cuando ese pensamiento me cruzó la ca