Después de un rato, volvió a hablar, ahora con un tono más suave:
—Entonces, ¿qué necesitas para retirar la denuncia?
Mateo se le rio en la cara, sin responder.
La madrastra rápido le preguntó:
—¡Di algo! ¿Es dinero lo que quieres? A ver, di un número.
—¿Dinero? —Mateo la miró con desprecio.
—¿Acaso crees que tienes más dinero que yo?
—¡Maldito…! —La madrastra de Mateo se quedó sin palabras.
Yo, callada y con el corazón lleno de pena, solo agaché la cabeza mientras le aplicaba pomada a las heridas de Mateo.
¿Acaso Miguel no ve lo herido que está Mateo? Parece que solo tiene ojos para Michael.
Llena de una indignación repentina, les dije:
—Por favor, salgan. No molesten al paciente.
—¡Ay, esta perra…!
La madrastra de Mateo empezó a insultarme y alzó la mano como si fuera a pegarme, pero Miguel la detuvo a tiempo.
Ahora, él ya no parecía tan agresivo como antes.
Con su mirada afligida, miró a Mateo y trató de razonar con él:
—Mateo, reconozco que te he descuidado en el pasado, pero no s