Crucé la mirada con esos ojos oscuros de Mateo, y ya no pude seguir con ese tema.
—¿Cuidado qué?
Mateo se acercó un poco más, con una sonrisa traviesa.
Me quedé mirándolo, algo aturdida.
No podía negarlo: esa sonrisa traviesa de Mateo tenía algo hipnótico.
Cuando se pone serio, es serio y reservado, casi inalcanzable. Pero cuando sonríe con picardía, es encantador y desvergonzado.
Aunque ya había dormido con él muchas veces, hablar de estas cosas todavía me hacía sonrojar y alteraba mis latidos.
No quise seguir con la conversación y simplemente me giré para caminar hacia el interior de la habitación.
Mateo me siguió enseguida y cerró la puerta con la mano.
Me detuve, algo sorprendida, y lo miré.
—Es tarde, ¿no vas a subir a dormir?
—Voy a dormir aquí contigo —dijo, y con total naturalidad se echó en mi cama del hospital.
Me alarmé.
—¡No puede ser! Esta cama es muy pequeña, y además estás herido. ¿Qué pasa si te molesto la herida sin querer?
Mateo no respondió, ya se había acomodado com