En este momento, tampoco tendría que aguantar esta separación que tanto me dolía. Mateo se me quedó mirando con fijeza y, después de un buen rato, por fin me soltó la mano poco a poco. Apreté los labios y le dije:
—Cuídate mucho.
Después de decirle eso, me di la vuelta y caminé hacia el carro; tenía miedo de que, si no me iba en ese preciso momento, me costara todavía más trabajo despegarme de él. En cuanto me volteé, se me empezaron a salir las lágrimas sin que pudiera evitarlo.
Cuando abrí la puerta del carro, escuché la voz de Mateo a mis espaldas, que sonaba muy baja:
—Aurora, quiero que te acuerdes de esto: el plazo máximo que te doy es un mes. Ni un día más. En un mes tienes que regresar conmigo, pase lo que pase. Si no... no sé de qué voy a ser capaz.
Se notaba que por dentro estaba lleno de angustia e inseguridad; por eso repetía tanto ese límite. Me volteé y traté de sonreírle:
—Mateo, esta vez no te voy a fallar.
Él se me quedó mirando sin decir una sola palabra. Respiré prof