Sentí un vuelco en el corazón; al final, él sí se dio cuenta de que hoy me iba. De inmediato sentí una tristeza muy grande y unas ganas horribles de no separarme de él. Mateo se volteó para mirarme; en el fondo de sus ojos se le veía la tristeza, pero aun así me sonrió.
—Aurora, no te olvides de nuestro acuerdo de un mes —me dijo—. Hoy te dejo ir, pero en un mes tienes que volver conmigo, ¿entendiste?
Asentí con ganas, salté de la cama y me le tiré a los brazos mientras lloraba.
—Espérame, voy a volver, te lo prometo —le dije entre sollozos.
Mateo levantó los brazos despacio y me abrazó. Después de aguantarse un buen rato, me preguntó con voz grave:
—¿Hay algo en lo que necesites que te ayude?
Yo dije que no. Esas cosas tan feas y difíciles de decir las tenía que resolver solita. Mateo suspiró y dijo:
—Está bien, te respeto. —Se quedó callado un momento y luego me advirtió muy en serio—: Si hay algo que no puedas arreglar, me tienes que decir. No cargues con todo tú sola. Y cuídate muc