¡Mentira! Me seguía mintiendo. Esa herida ya estaba abierta desde antes, si no fuera así, no se hubiera metido directo al baño apenas regresamos. Aunque estaba sangrando, me llevó a pasear por el mercado nocturno un buen rato solo para que yo estuviera feliz. En serio... qué tonto. No podía creer desde cuándo Mateo, ese hombre tan dominante y autoritario, se había vuelto tan tonto. Las lágrimas me traicionaron y empezaron a caer; le reclamé con coraje:
—Si no me daba cuenta, ¿ibas a dormirte esta noche con esa bata negra puesta? ¿Aunque se te secara la sangre, tampoco ibas a decírmelo?
Mateo sonrió y me dijo:
—Tonta, con una herida así, no es como que se me fuera a acabar toda la sangre.
—¡Pero duele! ¡Y a mí también me duele verte así! —le grité—. El médico dijo que perdiste mucha sangre y que tenías que cuidarte bien. ¡Mira nada más! La herida se volvió a abrir y sangraste muchísimo otra vez. ¿Acaso no te importa tu salud? Mateo, de verdad... me siento muy mal, estoy muy angustiada.