A través de la puerta de vidrio opaco, alcancé a ver su silueta con la cabeza agachada; no sabía qué estaba haciendo. Desde afuera le grité:
—¿Mateo?
—¿Si? —me respondió de inmediato; no escuché nada raro en su voz.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tardas tanto bañándote? —le pregunté.
—No... no pasa nada, ya salgo —me dijo.
En cuanto terminó de hablar, escuché el ruido de la palanca del baño. Un momento después, la puerta se abrió y Mateo salió con una bata negra; de su cuerpo salía un vapor caliente y tenía el pelo mojado, pero se veía muy pálido de la cara. Me molesté un poco y me quedé mirándolo:
—¿Qué te pasa?
—Nada —me respondió con una sonrisa mientras me acariciaba la cabeza. Luego, con una sonrisa pícara, añadió—: ¿Qué pasa? ¿Mi Aurora ya no aguanta las ganas de irse conmigo... a la cama...?
—¡Ah! ¡No digas eso! —lo interrumpí de inmediato, sintiendo que la cara se me ponía un poquito caliente.
Mateo se rio y me pellizcó el cachete:
—¿Por qué no? Solo iba a decir que mi esposa q