Él me miró fijo; en sus ojos se notaba la tristeza y se veía muy frágil. De repente, me soltó la mano. Sentí que el corazón se me salía; rápido lo agarré y entrelacé mis dedos con los de él.
—Mateo, confía en mí —le dije con urgencia—. Dame un poquito de tiempo, deja que yo solita arregle todo esto.
No podía decirle ni lo del bebé ni lo del video. Tenía que hacerlo yo misma. Cuando arreglara esas dos cosas, iba a poder regresar con él como si nada hubiera pasado; esa era la única salida que veía. Si él sabía que estaba embarazada de Javier, por un lado no lo iba a aceptar, y por el otro, con lo terco que era, jamás me iba a dejar abortar. Y además estaba ese video asqueroso. Mientras no arreglara eso, Mateo y yo no íbamos a estar bien nunca.
—¿Por qué no podemos arreglarlo juntos? —Mateo me sonrió con tristeza—. ¿Es porque no confías en mí?
—Claro que no —me mordí el labio y me puse a llorar—. Es que hay cosas que tengo que resolver yo sola, ¿entiendes? Mateo, de verdad quiero estar bi