—Sí... —le dije, disfónica—, eres un tonto. Hasta usaste el divorcio para calarme y te aprovechaste de Camila para hacerme enojar. Mateo, eres el hombre más tonto que hay en este mundo.
No sabía por qué, pero en ese momento, cuando hablamos del pasado, sentí una tristeza muy profunda en el corazón. Esos recuerdos tenían amargura, claro, pero también algo de dulzura; aunque esa dulzura y esa tranquilidad, quizá, ya no iban a regresar jamás.
A veces quería ser alguien sin sentimientos; así no tendría que pensar tanto, ni preocuparme por perder, ni dejar que Javier me controlara. Y ahora tampoco tendría que vivir con este dolor y este peso tan grandes a cada rato.
Mateo me abrazó fuerte y me consoló en voz baja:
—Está bien, ya pasó. El más tonto, el más torpe y el más inseguro soy yo. Pero la vida fue buena conmigo porque la mujer que amo también me quiere y además me dio dos niños adorables. Aurora, haberte conocido fue algo muy, muy bueno; mientras estés conmigo, siento que hasta esos