—¿Es verdad lo que dijo él? ¿Estás muy feliz en el fondo y sí creíste lo que te acabo de decir, cierto? —pregunté.
Antes de que Mateo respondiera, Alan se rio y dijo:
—Aurora, ¿en qué momento te volviste tan insegura? Él solo está fingiendo estar tranquilo delante de ti. ¡Con todo lo que le acabas de confesar, este tipo se va a despertar riéndose hasta dormido! Mira nada más: hace un rato estaba pálido como un muerto y ahora míralo, con mejor color, recuperado.
Alan siempre exageraba. La cara de Mateo apenas recuperó un poco de color, ni de lejos tenía ese tono saludable que él decía. La sangre que empapaba las vendas seguía siendo alarmante. Me volteé hacia Alan y le dije rápido:
—La herida se le abrió otra vez, está sangrando mucho. ¿Qué hacemos?
Alan respondió riéndose:
—No pasa nada, tú eres el mejor remedio. Si estás aquí, aunque se desangre no le va a doler.
Exageraba cada vez más.
—Llévalo a la cama —le dije—. Yo voy a buscar al médico.
Pero apenas di un paso, Mateo me agarró de